Freud, padre del Psicoanálisis, pasó los últimos dieciséis años de su vida con continúos dolores y malestares físicos producto de un cáncer de cavidad oral que le aquejaba.
En 1923, se le operó del cáncer, pero le siguieron a ésta más de treinta operaciones, así como un tratamiento de radioterapia; también se le colocó una prótesis mandibular y palatina. Esta prótesis fue una fuente de sufrimiento para Freud, ya que al no encajarle cómodamente, le afectaba la vocalización e impidió que se le curasen las cicatrices y las úlceras mucosas.
Las operaciones le provocaron asimismo sordera en su oído derecho, debido a una infección tubárica; y la adrenalina usada en los anestésicos llegó a afectarle el corazón.
Durante este tiempo, Freud siguió fumando. Sabía que se estaba matando, pero continúo fumando sin preocuparse, a pesar de los consejos y ruegos de familia, médicos y amigos.
Si mirásemos la adición de Freud desde un punto de vista freudiano, nos daríamos cuenta de que algo especial estaba manifestándose, algo que parecía más allá de cualquier interpretación. La repetición de la estimulación de la cavidad oral – conectada al placer, pero también, en cierto modo, más allá de él – resultaba más importante que la vida. Era como si Freud representase en sí mismo el inevitable conflicto entre placer y dominio, que más tarde exploró en su hipótesis sobre el camino a la muerte, aferrándose a un comportamiento autodestructivo como si la vida dependiera de ello.
( Fuente: SEORL)